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El día que Murphy me invitó a no salir de casa


Hoy pensé que iba a ser un día como cualquier otro. Me levanté como todas las jornadas y luego de asearme me apresté a lustrar los zapatos.

Tomé una pomada importada que me habían regalado, al querer abrirla, no encontraba la forma de hacerlo. Fue allí donde me percaté de que siempre que las cosas parecen fáciles es porque no atendemos todas las instrucciones.

Conociendo ésto, no quise perder mi valioso tiempo leyéndolas y me movilicé hacia la cocina para hacerme de un cuchillo desafilado, con el ánimo de abrir, cuan Juan Moreira, el rebelde envase.

Estaba en plena maniobra quirúrgica cuando se produjo un efecto no deseado que me vino a la mente mientras transcurría: “Todo cuchillo desafilado, tendrá el filo suficiente para cortarte un dedo".

Y si... me rebané el meñique.

Corriendo mientras perdía más sangre que las víctimas de Chucky, agarré el botiquín para sustraer una venda y el líquido antiséptico para evitar infecciones. Luego de curado, y dado que soy muy prolijo, intenté introducir el desinfectante en su caja y, como era de esperar, otra práctica tortuosa se manifestó para dificultar mi maniobra: "Da igual por donde abras la caja de un medicamento o desinfectante. Siempre te molestará el prospecto cuando quieras guardarlo".

Tres cuartos de hora más tarde, luego de forzar el acceso del envase en su embalaje (dejando el prospecto como un acordeón), volví sobre mis pasos y, como buen cabeza dura, me propuse abrir el frasco de pomada, previa lectura de las instrucciones.

Más allá de leer detenidamente el procedimiento no entendí nada. El producto era originario de Alemania.

Caliente, como pava eléctrica sin termostato, y usando, en un acontecimiento sin precedentes, de manera coordinada mis manos, caninos y premolares, pude abrir (o se abrió repentinamente sola) la tapa. Este acontecimiento me llenó tanto de alegría que despertó en mí, cualidades de malabarista, que obviamente no tenía… el resultado: me embadurné las manos, y mi acto de malabarismo era solo uno reflejo que buscaba evitar que la pomada cayera al piso y originara un desastre.

El fuerte olor que despedía el grasoso contenido, que reposaba en mis manos, cual fresca mermelada untada en una tostada matinal, provocó en mí una ligera alergia cuyo síntoma se focalizó, como no podía ser de otra manera, como una picazón en la nariz.

Fue en ese preciso momento cuando recordé otra fatalidad que siempre se presenta cuando uno menos la necesita: "Cuando tengas las manos embadurnadas te comenzara a picar la nariz".

Como pude, me limpié las manos, me rasqué la nariz y noté cómo había adquirido una personalidad múltiple: Las manos me hacían ver como un nigeriano y la nariz como un borracho.

Nada de eso me importó porque ya estaba presto a salir.

Tomé mi morral con unos documentos y carpetas que tenía que presentar y, cuando llegué a la puerta, otra vez la sombra de las probabilidades se antepuso entre mi persona y la cerradura de la puerta para hacerme notar que: "Cuando necesites abrir una puerta con la única mano libre, la llave estará en el bolsillo opuesto”.

Luego de usar las piernas, antebrazos, rodillas y mentón, entre otros miembros, como estantes improvisados, desocupé mi otra mano para retirar las llaves del bolsillo derecho.

Abrí la puerta, avancé dos pasos y… “PLAF”; el 80% del material que llevaba en mis manos buscó raudo y veloz el horizontal piso.

No importa. Haciendo uso de mi estado atlético me agache, recogí y ordené la dispersa documentación y fue en ese momento cuando escuche un ruido que no deseaba en ese momento. El “clac”, me acababa de indicar que la puerta se había cerrado y, como era de esperar: "La única vez que la puerta se cierra sola es cuando has dejado las llaves dentro".

Para peor, me quedé encerrado entre la reja del jardín y el acceso a mi casa. Tenía ganas de gritar “GUARDIAAAAASSSS”, emulando a Diego Torres.

Ocho horas esperé, contemplando cómo las margaritas se desarrollaban y las hormigas se comían las Alegrías del Hogar, a que regresara mi querida esposa.

Cuando arribó y notó mi estado, luego de liberarme del yugo que me había autoimpuesto y contarle lo que me había acontecido, fiel a su sabiduría me contestó:

- Qué te dijeee... Los Problemas, esposo mío, no se crean, ni destruyen, sólo se transforman... o los generás vos.

Yorumlar


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